viernes, 9 de enero de 2009

Astor Piazzolla... ¡y en el 3000 también!





Astor Piazzolla... ¡y en el 3000 también!


Reinaldo Spitaletta


1.Preludio con herejía

Uno de sus sueños era llenar el mundo de la música de Buenos Aires. Y, a más de 15 años de su muerte, ocurrida el 4 de julio de 1992, lo sigue cumpliendo. Todas las orquestas sinfónicas de Europa tienen en su repertorio alguna obra de Astor Piazzolla. Interpretado, por ejemplo, por Rostropovich (hermosa versión de Le Grand Tango), Yo-Yo Ma y Gidon Kremer, entre tantos, la figura de este compositor argentino cada día tiene más admiradores en el orbe.

Piazzolla no es sólo tango. Trasciende la música porteña, a la que le otorgó nuevas sonoridades y la elevó al pódium de las expresiones populares más elaboradas, para convertirse en un creador de referencia obligada en el desarrollo musical de lo que fue el siglo XX en este aspecto. En el alma de sus composiciones está el tango, pero su búsqueda como artista, en la que permanentemente estuvo renovándose, fue siempre más futuro que pasado, más revolución que tradición. Un hombre-cambio, opuesto a los cánones conservadores.

Los herejes surgen en los ambientes donde predomina el dogma, en los medios estáticos, apegados a la costumbre y las rigideces. A las camisas de fuerza. Así, por ejemplo, Giordano Bruno no hubiese podido existir sin la Inquisición. Arde en la hoguera para mostrarnos otros infinitos mundos. Los entornos propios para el ejercicio de la ortodoxia son los que se prestan, como si fueran un caldo de cultivo de su contrario, para la irrupción de los heterodoxos. La importancia del hereje está en la de romper moldes, ir contra la uniformidad y el quietismo. Vulnerar lo que aparentemente es intocable. Visto así, Piazzolla es el gran hereje del tango (en general, un género conservador), pero, a su vez, su máximo creador.

Varias veces abjuró de las formas estrechas del tango, del cual, de todos modos, jamás se desprendió. Esta rica expresión de la porteñidad, o, mejor, de la cultura de Buenos Aires, lo acompañó en su creatividad. Y ahí está presente en sus obras, en las de “carácter popular”, por supuesto, y, como leitmotiv, en sus conciertos y otras formas musicales más complejas. En esto sigue la línea de Bartók y Stravinsky, por ejemplo.

“La música de Piazzolla lo que hace es fundar una región a partir de la cual hay que reconsiderar al tango y lo clásico en la cultura argentina”, escribe Carlos Kuri, en su libro Piazzolla, la música límite.

2. Un músico diabólico

Sí, Piazzolla es un fundador. Su música es tan contundente, tan revolucionaria, que no origina una escuela. O sí: ésta nace con su creador. Y con él, muere. Es como si habláramos, en literatura, de Joyce. Produce, en efecto, imitadores, artistas que utilizan sus recursos. El compositor de Adiós Nonino (quizá su más celebrado tango), de Concierto para bandoneón y guitarra, de La muerte del ángel, vivió bajo el signo de la malditud, de lo demoníaco (ésa es la condición del hereje). Y, por eso, como alguien lo comparó, se podría decir que fue el Adrian Leverkuhn del Río de la Plata, haciendo la analogía con el músico diabólico que, en la novela de Thomas Mann, el Doctor Fausto, evoca a Schönberg.
Nacido en Mar del Plata, el 11 de marzo de 1921, Piazzolla llegó tocado por la gracia. “Ese hijo mío va a ser grande, acordate bien de lo que te digo”, le dijo el peluquero Vicente, su padre, a un amigo, en momentos en que Astor estrenaba llanto. En 1925 su familia se trasladó a Nueva York, donde residió hasta 1936 (más tarde, volvería a vivir allá). Cuando tenía ocho años, su papá le regaló el primer bandoneón. Después, en el 33, recibió clases de música con el pianista Bela Wilda, discípulo de Rachmaninov. “Con él aprendí a amar a Bach”, recordaría, luego, Piazzolla.

Su primer “bautismo tanguero” lo tuvo con Gardel, en 1934. “Toda una noche acompañé a Carlos Gardel. Ese ha sido el gran gusto de mi vida y fue el gran bautismo, además”, dijo, en 1982, en una entrevista del diario El Colombiano, de Medellín. Casi un año estuvo el pibe con el Zorzal Criollo, en reuniones familiares, en discos, en las presentaciones en el teatro Campo Amor de Nueva York y en la película El día que me quieras, en la cual, Astor representó, en un corto papel, a un canillita (vendedor de periódicos).

Incluso, en 1935, Gardel lo invitó a la que sería la última gira del cantor. El chico se salvó de morir incinerado en Medellín porque sus padres no le dieron permiso de viajar. Bueno, esto es anecdótico. El joven siguió estudiando. En 1938 descubrió el Sexteto de Elvino Vardaro, en lo que se ha considerado su segundo bautismo tanguero y, al año siguiente, entró a la orquesta de Aníbal Troilo Pichuco (tercer bautismo), el Gordo que apenas comenzaba a construir su propio mito. Aquel muchacho que habitó en un sector lumpen, en el Italy, parte del Greenwich Village, en el que padeció la marginalidad, en el que aprendió a enfrentar las agresiones de los hijos de inmigrantes italianos y judíos y en la que, con otro pelado, Jack La Motta, intercambiaba pugilismo, continuaba con los ojos puestos en ser un gran músico. Y no sólo de tango.

Los cinco años que estuvo con el “Bandoneón mayor de Buenos Aires” le sirvieron al inquieto Piazzolla “para aprender lo que quería y no quería ser”. Sustituyó el alcohol, el juego, las mujeres y las trasnochadas (considerados entonces paradigmas de los artistas tangueros) por clases matinales de música con el maestro Alberto Ginastera. Y esa situación, tal como lo han expresado sus biógrafos, también despertaba sospechas, en un medio donde los músicos populares eran más intuitivos (“orejeros”) que con academia.

Después de estudiar piano con Raúl Spivak y componer la Suite para cuerdas y arpa, en 1943, dirigió la Orquesta Típica del cantor Francisco Fiorentino (1944). Dos años más tarde, formó su primera orquesta (la Orquesta del 46), en lo que sería el inicio de una serie de formaciones que él tuvo, como nonetos, quintetos, octetos. En 1949, cuando estudió dirección orquestal con Hermann Scherchen, comenzó a mostrar la que sería otra de sus cualidades creativas: componer música para películas.

3. Lo que vendrá

Es en los cincuentas cuando Piazzolla comienza su revolución. Ya la profetizaba con composiciones como Para lucirse, Tanguango, Prepárense, Contrabajeando, Triunfal y Lo que vendrá, que lo matriculan con honores en el repertorio de orquestas típicas como las de Troilo, Osvaldo Fresedo, José Basso y Francini-Pontier. Lo que seguiría serían bombazos que estremecieron las estructuras del tango y lo pusieron a oscilar, a él, entre el odio de los conservadores y otros sectores atrasados y la admiración de los vanguardistas. Eran los prolegómenos de la “guerra de uno contra todos”.

El tango le quedaba corto. Piazzolla quería convertirse en un director y compositor sinfónicos. Un hecho lo haría replantear su destino. En 1953, ganó el Premio Fabien Sevitzky con la Sinfonía Buenos Aires, lo que le otorgó el derecho para estudiar en París con la maestra Nadia Boulanger, condiscípula de Maurice Ravel y profesora de Leonard Bernstein, Aaron Copland e Igor Markevitch, entre otros. Un año estuvo con ella. Y es ella, en una sesión que ha sido mil veces contada y sobre la cual se han tejido diversas interpretaciones, la que lo hace “descubrir” su propio tango, o, mejor, el espíritu que debían tener sus composiciones. Ese año también conoció, en Francia, al Octeto de Gerry Mulligan.
El primer cataclismo que produjo Piazzolla fue la fundación de su Octeto Buenos Aires, en 1955, fecha que señala el inicio del tango contemporáneo. No sólo logra que “cierto goce jazzístico” se infiltre en el tango, sino que, además, “la improvisación se instale en el tango y que el tango someta, domine ese juego”, tal como lo aprecia Kuri, en su ya citado texto.

Luego, continuaría cambiando, explorando, enriqueciendo sus composiciones con invenciones, armonías y sonoridades nuevas. Con una música, que como diría el violinista Gidon Kremer, que a su vez calificó a Piazzolla como el “maestro de las formas breves”, seduce tanto como Mozart, Chopin o Schubert.

4. Epílogo con un sueño

Piazzolla no se parece a nadie. Sólo a sí mismo. Claro, bebió de Alfredo Gobbi, Troilo, Pugliese, Julio De Caro y Horacio Salgán, en lo que al tango se refiere, y de Bartok, Stravinsky, Ravel, Gershwin, y de músicos e intérpretes de jazz (y, a su vez, éstos de él), como Mulligan, Getz, Burton... Demostró que el tango no es solemne ni aburrido. Ni siempre triste (qué tal Libertango o Escualo...). Y amó en todos los períodos de su vida los desafíos, tanto los creativos como los que algunos tradicionalistas le ponían en la calle, cuando intentaban agredirlo por su genialidad. Tuvo coraje para romper con lo establecido, para no quedarse en el pasado, para crear una música enérgica que hoy, precisamente, identifica a Buenos Aires.

Ese buen lector de Verlaine, Mann, Baudelaire, que en 1965 se unió con Borges para crear el álbum El Tango, al leer Cien años de soledad, compuso Años de soledad, como un homenaje a la obra de García Márquez. Después, en el 69, sería con Horacio Ferrer, el creador del último éxito que ha tenido el tango-canción en el mundo: Balada para un loco.Piazzolla, hoy uno de los compositores más interpretados del mundo, tuvo un sueño, para el cual se preparó toda su vida: “Que mi música se siga tocando en el 2000 y en el 3000 también”. En todo caso, no se equivocó don Vicente: su hijo llegó a ser grande.

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Algunas obras de Piazzolla

Astor Piazzolla - Libertango

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Adios Nonino/Astor Piazzolla

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Muerte Del Angel/Astor Piazzolla

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Astor Piazzolla Live at the Montreal Jazz Festival

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracias hombre Reinaldo por esta cronica tan hermosa, Esa presencia tuya en el tango es muy valiosa

Anónimo dijo...

Oh Rei, qué buen texto, gran placer de leer la historia del troesma Piazzolla. Gracias y abrazo, hermano.

Ricardo L. Peña-Villa

Anónimo dijo...

Mi querido Rei con que tenias textos guardados. Muy bien.

Anónimo dijo...

"Astor Piazzolla... ¡y en el 3000 también!" es una excelente nota. Felicitaciones para Reinaldo Spitaletta por esta semblanza y gracias a él y a Víctor Bustamante y su página por recordar al genial Astor Piazzolla, una de las "patas" de esa mesa amable llamada TANGO.

Anónimo dijo...

Muy buena la idea de averiguar entre los tangófilos LOS CINCO TANGOS DE SU PREFERENCIA. Buenas las selecciones y notas de Reinaldo Spitaletta, Luciano Londoño y Jesús Vallejo. En cuanto a la nota de Jaime Jaramillo Panesso sobre el tango RUBÍ debo advertir que aunque me gustó la nota, Jaime Jaramillo Panesso muestra pocas lecturas sobre tango y desinformación porque el TANGO RUBÍ, como bien es conocido, es plagiado de un poema de Paul Géraldy.