lunes, 5 de julio de 2010

Tango, corridas y falsas apariencias


Tango, corridas y falsas apariencias
Sergio De La Torre

Sé muy bien que el tango y la tauromaquia son dos cosas distintas, por su cometido y naturaleza. El uno es música para bailar o desahogarse, y la otra es morbo, con sabor a sangre, que alimenta los peores instintos. Aquél se dirige a eso que cada uno de nosotros es o cree ser: el “hombre-masa” prefigurado por Ortega hace ya un siglo, perdido en la gran ciudad, rumiando su fracaso.

Al evocarlo, el tango le muestra su impotencia, lo sitúa y de paso lo enriquece, mientras las corridas lo degradan despertando el salvaje que lleva dormido.

Lo digo así, con cierta facundia que no puedo evitar, para anticiparme a la objeción que veo venir por equiparar ambos espectáculos. Sólo intento decir que siendo tan disímiles tienen algo en común, asociado a la cantidad. Comparados con quienes los cultivan y frecuentan – al uno o al otro, o a ambos, que es lo más corriente – quienes los repudiamos o, sin repudiarlos, ellos nos dejan indiferentes, somos muchos más. Pero callados y discretos, al paso que los aficionados se alborotan fácil. Es lo esperable: el que disfruta generalmente lo manifiesta con gestos y ruidos, lo que compensa el número al añadirle un peso adicional al conglomerado.

De donde se colige que si Medellín parece tan tanguera no es porque de veras lo sea sino porque los amantes del tango se hacen sentir, celebrándolo, mientras los demás, que no solemos oírlo (no de manera voluntaria, al menos), pasamos desapercibidos, por tratarse al fin y al cabo de algo que si bien no nos arrebata, tampoco nos molesta. Es la eterna historia de las minorías activas y las mayorías pasivas: siempre prevalecerán las primeras, en la política, la fanfarria, la universidad, o cualquier otra área de la existencia colectiva.

Ocurre lo propio con los taurófilos que, cuando hay corrida, se congregan en la Macarena, se hacen notar y luego festejan en bares y tabernas la muerte del toro y el triunfo del torero, en un combate desigual en el que se enfrentan dos bestias, cuadrúpeda una, bípeda la otra, con clara ventaja para la última por estar armada, mientras que el toro no dispone sino de su orgullo y la inocencia. Los no taurófilos, en cambio, nos quedamos en casa, ajenos al feo lance donde se calibra no el coraje del hombre sino su bellaquería y cobardía infinitas. Y al hablar del hombre me refiero no solo al torero sino a la turba patética de los espectadores que lo acolitan desde la cómoda y segura barrera.

En la música corriente cada género responde a una idiosincrasia y a una región. Circunstancias de tiempo y lugar – ambientales, geográficas, etnológicas y sociales – son las que determinan su génesis y florecimiento. La música nuestra, que desde siempre nos conmueve, es un fenómeno cultural que se incuba y madura con el tiempo. Mal podría haber entonces música andina en el litoral Caribe, ni salsa en la fría altiplanicie. El tango es rioplatense, o porteño, si se quiere. Dondequiera se hallen sus ancestros y así la palabra tango tenga raíces o fonemas del más extraño origen (se habla incluso del África negra) pelechó en Buenos Aires y desde allí se propagó. Lo único que lo emparenta con Medellín es que aquí, y por pura casualidad, murió Gardel, en sonado accidente que nos estremeció a todos, argentinos y colombianos. Antes de dicha tragedia Medellín no era reputado como centro y menos como “Meca” del tango. Se le conocía y disfrutaba tanto como al bolero cubano o la ranchera mejicana, mas ello no da para blasonar tanto y asumirlo como propio. No teníamos aquí una tradición tanguera como, en rigor de verdad, tampoco la había en la misma Argentina, donde el género era de reciente aparición. Pero los paisas somos muy dados a la hipérbole. Aquí se dio la muerte, repentina y dramática, de Carlos Gardel, galán que atraía a las señoras y que no pocos varones oían con deleite, razón por la cual decidimos adoptarlo como hijo, o como padre (según la devoción que cada adepto experimente por su ícono) de una sentimentalidad foránea que se aposentó entre nosotros y que ya está feneciendo por agotada, desfasada y anacrónica.

Ni el tango es de aquí ni la cumbia es de Buenos Aires. Son productos culturales de cada nación. Al momento de partir Gardel y en la década siguiente Medellín todavía era una ciudad provinciana y recoleta y no el infierno que se volvió después, lleno de desplazados y refugiados de nuestras violencias sucesivas. Infierno donde siempre florecen el lupanar, la vagancia y el lumpen, que son el caldo de cultivo de este ritmo triste. Como el Buenos Aires de antaño, plagado de inmigrantes sin amparo, a la búsqueda desesperada de un futuro y de un destino que los esquivaba.

La argentinidad nos sedujo siempre a nosotros, como al resto de los latinoamericanos, e incluso a españoles ilustrados como Ortega. A fuer de “rastacueros” siempre quisimos parecernos a los argentinos. Pero, habiendo allá tantas cosas buenas e interesantes (la literatura y el buen hablar, los vinos, el psicoanálisis y el churrasco) ¿por qué tenemos que envidiarles precisamente el tango y el futbol?

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El Mundo, Medellin, julio 4, 2010

1 comentario:

Gloria Vásquez dijo...

Me parece Dr. Jaime que este señor nunca ha escuchado tango ni sabe lo rico que es en letras y figuras literarias, en historia, en comportamiento urbano y además nos parece demasiado odiosa la comparación con la tauromaquia pues tanguero que se respete no es taurofilo; no es que seamos seguidores de los Argentinos, simplemente su música nos gusta ¿entonces... al que le gusta la opera es seguidor de los Italianos? o al que le gusta el Jazz es seguidor de los norteamericano?
Que pena con ese señor pero el tango trasciende fronteras, lo que no ha podido la cumbia y el bambuco por algo será. Le recuerdo a ese señor que el tango "Nostalgias", fué declarado en Suecia la mejor letra para canción; el pertenece a esa gran mayoria pasiva que nunca tiene la razón.
¿ Sabrá que hay Academias de tango por todo el mundo?
Gloria Vásquez.