domingo, 12 de octubre de 2014

Jorge Federico Restrepo




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Jorge Federico Restrepo

Víctor Bustamante

Jorge Federico Restrepo ha servido de modelo para un cuadro inquietante de Oscar Jaramillo, digo inquietante, porque en trazos blancos y negros vemos al acordeonista con su enorme acordeón que le cubre su pecho, descansa en sus rodillas que le sirven de muelle, y con sus manos hábiles se aferra a él, para decirnos su música, ejecutarla. Él está sentado, casi detenido, porque la música lo obsede. Unas gafas claras trasparentan la fuerza de la música que Jorge Federico se dispone a ejecutar. Pero vuelvo a sus manos, a sus dedos largos que muchas veces han acariciado las teclas cuando tocan alguna melodía.

Luego encontré al acordeonista por casualidad en una de las mejores películas de Víctor Gaviria, Los músicos, que nos recuerda las caminadas, las tropelías, las ordalías y las fiestas de pueblo en pueblo o de casa en casa, de noche en noche, de un par de músicos deambulando por una carrera polvorienta, que es una de las presencias fuertes en el ámbito musical antioqueño, así alguien hubiera referido que se basaron, sus creadores, en un crónica, creo extranjera. Allí, en esta película, hay una épica del paisaje, lejos de ese canto, toxico que siempre se ha referido a lo que se considera por los apologistas del mal folclor: “estas breñas antioqueñas”. No, ahí hay poesía, y no solo eso, la presencia de dos músicos vagabundos con su experiencia de la mayor utopía: alegrar la vida cotidiana a quienes los escuchan. Ellos son los que animan las fiestas, les dan colorido y baile y afán por el licor.

Pero luego el cine de Gaviria tomaría otros rumbos, y no volvería a ver a Jorge Federico hasta el inicio del primer Festival de Tango en Medellín. Allí lo distinguí al lado de Oscar Pelayes acompañando algunos cantantes. Luego lo dejo de ver algunos años, hasta que en la pasada Fiesta del Libro de Medellín, en el Jardín Botánico escucho el sonido de un acordeón, y como la música siempre me atrapa, voy guiado por ese sonido y lo encuentro ahí, a Jorge Federico, aferrado a su acordeón, tan pausado, tan inmenso e inmerso en él, exprimiéndole las notas, regalándonos algunos tangos y algunas músicas afamadas. De tal manera que por la pura casualidad ahí lo escucho, entre el barullo de las personas que pasan y quienes se detiene a escucharlo.

Sí, ahí ejecuta su acordeón, Jorge Federico, vehemente y concentrado, inmerso en la música que tantos años hace que lo acompaña.

A él gracias por permitir algunas preguntas de una persona que siempre lo ha admirado.