viernes, 26 de junio de 2015

La caravana de Gardel de Carlos Palau



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La caravana de Gardel de Carlos Palau

Víctor Bustamante

Noche del 25 de junio del 2015, una cita ineludible en el cementerio de San Pedro: al aire libre de esta noche de verano, intensa por cierto, diagonal a la tumba de Jorge Isaacs, se presenta la película, La caravana de Gardel. Hay mucho público, adelante, en primera fila, algunos de los actores. Carlos Palau habla de su película, exterioriza su talante, así como su perseverancia por el cine, refiere su agradecimiento a los actores. Fernando Cruz Kronfly, autor del libro, saluda al público. En la atmósfera hay curiosidad por empezar la función, sí, no que se abran los telones, que se apaguen las luces. Nada de eso. Estamos en una verdadera noche y, por fin, entre las sombras la pantalla indica que ha comenzado la película.

Fernando Cruz había escrito su libro, La caravana de Gardel, hacía unos años, los suficientes, para darnos esa justificación de saber cómo y qué había ocurrido  con el cadáver del cantante argentino que luego del accidente aquí, había quedado enterrado a merced de una ciudad, una de las muchas ciudades que había visitado en sus extensas giras. Ese día no tenía previsto una actuación en Medellín, sino que se dirigía a Cali. Ahora por esa extraña elección del destino, dos caleños han recuperado esos momentos. Uno ha escrito el libro, y otro, ha dirigido el filme de ese viaje con los restos mortales de Gardel. Por supuesto, que ambas versiones difieren. La novela es minuciosa en el detalle, es precisa, y nos revela esa pregunta acerca de cómo había viajado Gardel para salir de Colombia, e iniciar ese extenso viaje hacia su país.

La primera respuesta a esta pregunta nos la había dado Cruz Kronfly en su novela. Por supuesto, que para escribirla era necesario que fuera un tangófilo redomado que lo llevó por varias poblaciones del Viejo Caldas a buscar a un arriero ciego, Arturo Rendón, para que le recaude los avatares del viaje con el arriero de postín: Horacio Franco. De tal manera no es solo la búsqueda del testigo de ese transporte sino que es la irrupción de cierto halo de modernidad en el país. Los traganíqueles, el fonógrafo, el cine, así como la música, el tango que da respuesta a una ciudad, a un país, la música ciudadana y sus remilgos, sus desidias y sus frustraciones, a los cuales no respondía la música nacional embarcada en otros temas, apegada a la ruralidad tan ajena en esta época de cambios, junto a la Violencia que continuaba con sus azares y sus asesinatos. Cruz supo medir y pautar las diversas leyendas en su novela y darle su tono. Incluso, cuando se refiere a la caravana recordamos que en una zamba Irusta decía, “carretas que se van en caravana”, pero no, aquí es solo Gardel llevado hacia la eternidad por solitarios caminos. No, no es una caravana sino dos transportadores de mercancía que viajan hacia Buenaventura con el muerto más publicitado en Medellín.

Pero entre una y otra manera de abordar la narración de este viaje, las palabras y las imágenes. Aparece algo, lo difícil que es llevar al cine una novela. Ambos son lenguajes diferentes, de todas maneras hay una aproximación, un amor para mostrar desde la novela primero esa pregunta, cómo fue llevado Gardel, lo que fue de Gardel, de sus restos mortales, a través de caminos a lomo de mula, en autos o berlinas por carreteras incipientes y por la vía férrea, porque, en este caso, todos estos caminos conducen hasta Buenaventura.

Pero hablemos de cine, en La caravana de Gardel, Carlos Palau, da su toque, inicia desde Medellín ese periplo, ambienta una ciudad ahíta de tango. No sé la razón para haber empezado la película con Milonga Sentimental, a lo mejor por la escena de baile y por lo pegajosa de su melodía, por que invita y sitúa junto al baile, las escenas de celos y de amor. En el cementerio, ante la tumba de Gardel, ya se prevé el viaje, cuando antes, Defino asqueante y muy definido llega a la ciudad, con la manía sobradora del argentino que suele alardear del ala de su sombrero, y su cometido: llevarse el cuerpo de Gardel a como dé lugar. Entonces aparecen los matices que da el director de la película: las eternas viudas de Gardel, fans siempre de negro, para no permitir que se lo lleven, que se sienten traicionadas debido a una razón de peso, Gardel es su amante, su ídolo, el causante de la presencia del tango en sus vidas. Al final ellas mismas le hacen una despedida, como si rememoran, a la manera de Truffau, en El amante del amor, arrojándole rosas rosas, delirios de la pasión, a su ataúd ya como una despedida en lo profundo de la tierra trema, a ese amante de todas y de ninguna.

La novela, y además, el filme, responden a esa pregunta no solo generacional, sino presencial acerca de qué había ocurrido con los restos de Gardel en ese largo viaje. Porque es un periplo llevar un cadáver por caminos, por carreteras solitarias, caso desusado, y luego ese viaje a través del canal de Panamá hacia Nueva York en barco para recalar en Buenos aires. Pero no, aquí Palau sitúa ese país, esa Colombia del 35, austera con paisajes hermosos pero solitarios donde en cada lugar de descanso, en la anonimidad de los viajeros, en cada pueblo es notoria la presencia del cantante, y el amor a ese que se convertiría en icono con una presencia, su muerte en Medellín, ah, y en los lugares que va, perdón que canta. Y algo inédito, la música como manera de relacionarse no solo en las cantinas, sino en los matrimonios, en las peleas, y, sobre todo, en los lupanares donde fluye la vida. Así el tango comienza a ascender porque aquí, en esas cantinas de baja estofa, comienzan estas melodías su camino ascendente hasta instalarse, como ahora, en la perennidad del recuerdo. Por eso, algunas de ellas, putillas municipales, al enterarse de que Gardel va en la berlina, lo bajan para realizarle un homenaje. Y lo inusitado es que en el país de las ceremonias religiosas viaje el ídolo con todo el peso del vacío, nunca de lo sagrado, que se consideraba la muerte como fue posible presenciarla en el el funeral en uno de los noticieros de los hermanos Acevedo cuando lo entierran en Medellín.

En el trascurso de este viaje, porque la película trata de las peripecias del viaje, con dos testigos, Dionisio y Tiberio, con sus dudas y certezas, además de llevarse un verdadero ídolo de multitudes por el corazón de esa región, profunda y violenta, del país, con ese temor que aparece de que sea robado el cadáver, como en efecto sucedió una vez. Dos tangófilos raptores, díscolos, de una manera ingenua lo entregan, luego de haber tendido una emboscada matrimonial. Entonces, uno cree que van a impedir que el cantante realice el viaje. Hay un contrapunto entre la muerte presente en el cantante, y los dos encargados de trasportarlo que son disolutos, bebedores y mujeriegos que caen con una facilidad inusitada en las trampas que les ha tendido el deseo, lejos de la maldición de Schopenhauer, sino también del azar, el licor y el cadáver inerme en su ataúd que sin poderlo ver es el verdadero protagonista del filme. Sabemos que va ahí en la parte de atrás de la berlina. Algunos parroquianos indagan quién viaja en el ataúd. La respuesta es nada menos que una imagen de un santo. Ellos viajan con un secreto pero ese secreto es traicionado por ellos mismos.

Hay una ceremonia febril y sentida, homenaje último, al cantante. En un culto de negros le cantan sus spirituals como un manera de tenerlo sin llanto sino con mesura, amor y alegría, luego de una noche en que los dos transportadores y ligadores abandonan a sus bella negras, putillas de puerto, sin spirituals, y salen corriendo a mirar como el barco se va con el catafalco de Gardel cobijado por una bandera para él extranjera, hacia el mar, hacia el recuerdo que es la eternidad presente. Buenaventura le da su despedida con una suerte de candombe que se roza con el tango.

Hay unas palabras, olvidadas por Gardel, a manera de coda, una mujer, le indica en Bogotá una anoche antes de su partida que había soñado con él y lo había visto envuelto en llamas, pero Gardel que no sabía nada de Freud, ni los significados de los sueños, menos de presagios, de todas maneras viajó.

Cierto, Palau controla y matiza las escenas, pero el espectador, a pesar de las chicas bellas, del borracho ensangrentado luego de un duelo nunca del mayoral, vociferando que él se muere es cuando quiere, cuando le dé la gana, de los tangos, del auto que va con el ataúd, sabemos que el verdadero protagonista que nunca vemos es Gardel, ahí en el ataúd, todo un tabú. Es como La carta robada de Poe, nadie la ve a pesar de estar en la mesa. 

Ya sabemos que Carlitos, como le dicen sus amigos, murió como un mártir envuelto por las llamas, como quedó su cadáver, las pertenencias que lo identificaban, las plumas que volaban de sus hombreras. Y a pesar del accidente, ha quedado su rostro bello, su risa perfecta que nunca muere; pero si, él ha muerto, y viaja en el ataúd como el verdadero protagonista de la película que no vemos, que no, no podemos verlo porque el último rostro de la muerte es el rastro que no queremos saber cómo ha sido. Él lo presagió, “¡Por qué sus alas tan cruel quemó la vida! / ¡Por qué esta mueca siniestra de la suerte!


Cierto, Gardel para sus viudas, para su seguidores cada día cantará mejor, y se verá más bello, y más Inoxidable, como le dice Cortázar, así la muerte lo haya poseído a través del fuego purificador. 

Así La caravana de Gardel de Palau.






1 comentario:

Anónimo dijo...

EXCELENTE DOCUMIENTO Y EXCELENTE VIDEO MIL GRACIAS